jueves, 19 de noviembre de 2009

Llaves en el intestino

Todos decimos buscarla, exigirla, luchar hasta conseguirla cueste lo que cueste y hacer uso de ella, pero ¿lo hacemos?

Realmente es algo complicado ser libre. Algunos ni si quiera quieren serlo en realidad. La mayoría sólo quieren sentirse correctos, apropiados en su entorno, pero eso tampoco es la libertad. La libertad se hace real cuando eres capaz de hacer lo que te propones o anhelas sin ningún tipo de impedimento.

La discordancia del concepto surge cuando piensas en cuáles son los reales impedimentos que no te dejan hacer lo que te propones. ¿Dinero? Sí, suele ser un problema en muchos planes o deseos, pero si exceptuando ese detalle fuera posible realizarte, sigue existiendo la posibilidad de cumplirlo, lo que falta es meramente material.

Las vallas más altas que se ponen a la libertad no están en los bancos, ni en papel, ni en pantallas, no son unas notas más altas ni una habilidad más desarrollada. Las cercas más impenetrables a la libertad suelen fabricarse en la cabeza y salir por la boca. Continuamente vomitamos tapias y fosas de contención para nuestros propios deseos. Después es normal que tengamos una mala sensación en el estómago, porque está repleto de rabia y hormigón. Secretamos frustración por tantas glándulas que enrojecemos y apretamos todos los músculos, o gritamos a pleno pulmón y sudamos ácido. Hay que excretarla de alguna forma.

Día a día, se nos dice cómo tenemos que ser, se nos dice cómo comportarnos en base a unos protocolos establecidos, que al ser reglas veteranas se aceptan como las más válidas.

Día a día, nuestra propia gente –no hace falta que sean enemigos, en casa, en un círculo íntimo lo hacen muy bien- nos ponen etiquetas, nos describen haciendo parecer que su opinión es la verdad.

Puede que nosotros hagamos algo que creemos que está bien, o simplemente que hemos disfrutado haciendo. Bien, si al mostrarlo recibimos una crítica como “el dibujo no es lo tuyo”, o “no se te da bien cocinar”, o “no redactas bien”… tendemos a caer en el error de no intentarlo más veces, sobre todo cuanto más jóvenes seamos al recibir la crítica, y tanto más si nos han inculcado que sin su aprobación no llegaremos lejos. ERROR.

La libertad radica en romper con la necesidad de aprobación y los sentimientos de culpa.

¿Te lo has pasado bien pintando ese cuadro que la gente no parece adorar? ¿Te lo habrías pasado mejor si, haciéndolo sin ganas ni ilusión, a la gente le gustara? Para empezar, si no tuvieras ganas ni ilusión, no lo habrías hecho. Pero si lo has hecho, has disfrutado, y el resultado te gusta, te estimula, y además te recuerda lo bien que lo has pasado haciéndolo… ¿Importa lo que piensen? ¿Te podrían proporcionar sus halagos una sensación que se acercara lo más mínimo a la realización que supone hacer lo que TÚ has querido, sin pensar primero en lo que esperan? Desde el egoísmo más profundo, NO.

Por eso mismo, porque somos sólo un breve paréntesis en la eternidad, porque la muerte es eterna y la vida no, porque si muriéramos mañana no pensaríamos en lo que esperaban los demás que hiciéramos y no hemos hecho, sino en todo lo que nos hemos negado a nosotros mismos, en todos los placeres que hemos aparcado, en los proyectos que no terminamos por miedo al fracaso… Por todo eso es necesario buscar, o más bien concedernos la verdadera libertad.

Porque el día que dejamos de soñar e imaginar, la vida ya no cambia. Y en el cerebro sólo tendremos puré de miseria.

martes, 6 de octubre de 2009

Radiológicamente... mal.

Soy la cabeza de un fémur en una displasia de cadera.

domingo, 4 de octubre de 2009

Táctica alternativa

[Me gusta tu abrigo convertido en un fuerte.
Me gustan tus botones, desabrochados.
Me gusta desnudarte sin aviso ni reparo.
Me gustan tus pantalones, dejados a su suerte.]

Tengo reservada una parcela de mi imaginación para tocarte cuando no puedo.
Así, cuando no estás, abro la verja del número veinticinco, entro y me siento en un cómodo sillón. Un sofá azul, por qué no, aquí puedo recuperarlo.
Saco del bolsillo mi petaca de ti, mis cigarrillos de ti, y de mi mente una de tus camisas.
Destapo la botella y puedo olerte. Eres tú, lo que conozco de ti, lo que veo por fuera y lo que me regalas de dentro. Puedo beberte, recorrer con mi boca cada pulgada de ti, porque líquido eres más accesible.

Después, un cigarrillo lleno de ti. ¿Con qué lo enciendo? Con el zippo que de repente tengo en la otra mano, por supuesto. Si te fumo, no sólo te respiro, sino que te hago corpóreo, aunque volátil. Pero el humo se puede poner tu camisa, y hasta abrochar los botones. Le ofrezco a mi hombre de humo un trago de ti, y parece hacerse más fuerte. Ahora puede tumbarme, recorrerme y dejarme tu olor mientras me toca. Toma un trago más, y ahora puedo morderle los labios, y él puede quitarme la ropa. Sus manos me hacen dúctil y maleable, y tu olor se queda empapando mi pecho.

Con un giro de mi mente, los botones de tu camisa se desprenden a la de tres, y puedo echarme sobre ti, ser tu silueta en el lado opuesto, imitar tu figura y pegarme tanto al humo que me cuesta respirar. Abrázame, dame la vuelta, vamos a intercambiar pedazos de locura. Húndete en mí, y ríete, quiero ese hilo musical...

Aquí es donde me gusta estar cuando no me gusta donde estoy.

viernes, 12 de junio de 2009

Frod, banderas y semáforos.


De nuevo, ojos irritados. Al llorar, un halo rojizo subraya las cejas y los labios parecen inflamarse. Debe ser por las palabras que se contienen y por la rabia de aguantarlas ahí.
Volviendo a casa intentaba pensar, poner cosas en orden, pero mi mente se había tomado el respiro que tanta falta le hacía. Esta noche no, me dijo. Esta noche no.
Paré en el puente. Me asomé a la fornida valla de hierro y me quedé mirando a la sardina. Háblame. Su boca estaba abierta, ¿estaría diciendo algo?
Por un momento pensé en bajar por las escaleras al río, meterme en los dos palmos de agua que tiene y acercarme a la sardina. Quizás de cerca podría oír algo. Quizás podría convencerla para que abriera más la boca y me tragara. Podría vivir una temporada dentro de una enorme sardina metálica. ¿Lo habría hecho alguien antes?
Luego pensé que podría estar equivocada. Posiblemente la sardina no susurraba nada y lo que en realidad hacía era pedir ayuda. Puede que lo que quiera sea más agua, o salir de ella. Pensé en colocarle un arnés enorme y subirla al puente. Podría acompañarme a casa, pensé. Pasar la noche con una enorme sardina metálica. ¿Y por qué no? Era tarde, nadie me vería.
Me despedí de Frod, porque decidí llamarla así, y seguí caminando. El vestido ondeaba, era mi bandera y parecía bailar. Pero nadie la vería. Al menos no la vería quien debería verla.
Mi bandera y yo cruzamos la calle y nos íbamos acercando a casa saltando de baldosa en baldosa, sin pisar los bordes, haciendo una puntuación perfecta en el juego de andar por la calle. Un extra por avanzar girando y a la pata coja.
Estaba a punto de llegar, pero me paré. Dejé el juego, y me acerqué al borde de la acera. Lo pensé, dudé, pero el banco me decía 'Adelante'. Di seis pasos y me tumbé, y durante varios minutos me sentí bien sólo con ver los semáforos cambiar. Luego...miré a mi lado y no había nada. Por unos segundos deseé con todas mis fuerzas que apareciera el señor E. Que me dijera 'Hola...' y que no se fuera.
Eran exactamente las 3:25 am. Una hora, un mes, un día...

viernes, 1 de mayo de 2009

03725



Lo malo de esta forma de vida es que lo puedes pasar mal casi con
la misma intensidad que cuando todo es... sublime.


Respiré medio minuto -o quizás veinticinco, qué sé yo- antes de empezar a escribir. Sé que era la irrealidad del insomnio mezclada con la hora tardía, y todo ello aderezado con sudor, pero entonces, en aquel instante, yo me sentía Tóxica y Viva.

Tóxica, porque un cúmulo de sensaciones me oprimía y podía ser hasta corrosivo si las hubiera dejado salir. Y Viva, porque es en momentos como ése, cuando su olor impreso en mi cuerpo enmascara el oxígeno, y el tacto de su barba sigue enredado entre mis dedos, cuando más consciente soy de lo pirotécnico de mi interior.

Pero me sigo preguntando si he creado un cosmos aparte. ¿Será cierto mañana lo que hoy creo? ¿Existe toda esta pólvora en algún otro sitio que no sea mi imaginación?
De repente, todo es circunstancial. Ahora lo sé, y me lamo las heridas. ¿Las lamerá conmigo?... Me da igual. Ahora mismo está todo flotando, y la importancia no está adjudicada. No sé qué tengo y qué no, ni qué es real o irreal. Hoy vivo en relativo, y no hay verdades absolutas porque hoy no me apetece buscarlas.

Y estoy satisfecha con haber visto a la lluvia mimetizándose conmigo, con él y con las hormigas, con haber oído el sonido de las gotas golpeando los tejadillos del aparcamiento, con más fuerza cuanto más me besaba, con furia creciente ante los mordiscos y los suspiros. Le robo ese momento al mundo, y antes de que se haga circunstancial lo guardaré en el tarro. En Conserva, con su forma de ponerse las lentillas, el bunker, la P de Parker, el vienés, el 'nuit et jour'...

Hoy no, pero otro día sí necesitaré una verdad.

jueves, 16 de abril de 2009

Sensalcohólica

Tengo una camisa de pijama que no es mía. Sus rayas, sus botones y su olor evocan una cama y un cuerpo que tampoco son míos. También evocan todo lo que he contenido, lo que no he hecho, lo físico, lo verbal, todo. Pensé demasiadas cosas, y quería demasiadas cosas... erróneamente. Aún no llega mi momento. Mi momento de no medir mis palabras, de no acortar mis caricias ni vallar mi imaginación. Todavía no puedo dejar de frenarme, no puedo dejarme llevar del todo, porque sería demasiado. A veces creo que ya es demasiado con límites. Aún no puedo andar descalza por la sinceridad, porque todavía hay cristales...

Y mientras espero a que llegue el momento, voy conteniendo mi incandescencia: me emborracho de ideas volátiles y deseos etéreos, de caricias sin piel y pensamientos mudos, convirtiéndose el letargo de esta espera en una eterna resaca.
Yo lo que quiero es emborracharme de hechos y realidades, de texturas, de sonidos, de respiraciones arrítmicas y aceleradas, de pieles erizadas, de palabras altas en decibelios, de sonrisas en las miradas. De satisfacción.

Porque quiero masticar las risas, beberme los ojos en los que se pueden leer las locuras y oler las caricias que sólo se ven cuando no hay luz. Porque no hay botella que me dé todo eso. O porque la hay pero no la sé descorchar...

martes, 17 de febrero de 2009

Es el limón...

Es el olor del ángulo que forma tu cuello con tu hombro, cuando te giras para dormir.
Es el atrevimiento. Es saber que la pregunta no es un por qué, sino un por qué no*.
Es preguntarme qué me dirá la lluvia si me da por girar al contrario de la Tierra cuando te huelo.
Eres tú acariciándome la barriga, y yo quejándome.
Son grabaciones, son hojas de papel, son estupideces que se quedan entre los libros.
Es el pataleo cuando me muerdo la lengua.
¡Es cuando tú picas y yo grito!
Es una chispa. Es cuando sonrío y te hablo cuando duermes.
Cuando le explico al aire lo que no puedo explicar.
Es un temblor que remueve un café vienés...
Es mi tarro de conservas, lleno de papeles que guardan todo eso: guardan la sonrisa, guardan la rabia, guardan los "sí", los "no", y mis gruñidos a todos los "no".
Son las estúpidas gaviotas volando tan bajo...
...¿qué sabrán ellas?