domingo, 28 de diciembre de 2008

Del miedo y la pirotecnia

Og, te tengo que contar...
Hay tantas cosas que no digo, tantas cosas que luego pasan de largo y ya... ya no vuelven. Su momento se esfuma, como el olor de las cerillas, y si no las digo en ese chispazo... no puedo olerlo.
Y adoro ese olor. Huele al atrevimiento, huele a adrenalina, huele a la sonrisa que se nos dibuja con la valentía.
Pero Og, me da miedo prenderme, porque...¡hay tan poca diferencia entre prenderme y perderme!
Y así, temerosa, voy caminando entre los momentos adecuados, como un fósforo miedoso, evitando las chispas. Están ahí, como farolillos alumbrando las calles, paso uno, y otro y otro... Yo los miro, los contemplo, y me gustan mucho. Y sé que si me atrevo a arder será fantástico, porque ya lo he hecho, lo he sentido.

Y es... como los fuegos artificiales.
Ahí está lo que me hace falta, la chispa. Me acerco a verla muy de cerca y se me acelera el pulso. Me acerco más, más, un poco más todavía. Dejo que me toque y entonces...
Me prendo, me da un escalofrío y me veo elevarme en un instante, casi da vértigo y se contrae la respiración; llego muy, muy alto, y cuando freno, por un momento todo se apaga... y queda la expectación... ¿de qué color? ¿de qué forma? ¿de qué tamaño?
En el silencio me pongo nerviosa, me muerdo los labios, y mantengo los ojos muy abiertos, en guardia... Y cuando dejo hasta de respirar...¡Bam! Oigo una explosión que hace que se me cierren los ojos y apriete los dientes! La noto en el estómago, en las piernas, en los brazos, dentro de mi cabeza...
Y cuando abro los ojos, estoy dentro de esos fuegos artificiales, en el centro, rodeada por todos los destellos y colores. Los toco y me hacen cosquillas, y siento que me entran por el dedo índice y reptan por el interior, como si fuera una mecha encendiéndose, encendiéndome a mí...y el estallar es mi risa, y empiezo a reírme, a reírme mucho, y aunque intento no parpadear para no perdérmelo, se me cierran los ojos con la risa...
Ahí me encuentro, flotando en el aire, en el centro de una esfera de destellos, de luces, de colores, de formas , de ondas, de sonrientes calambres... Me encanta.


Og... ¿tienes un mechero?

viernes, 21 de noviembre de 2008

#4

Me lavo los dientes, le sonrío al espejo y me voy a la cama tarareando. Como siempre. El nórdico "siloueta de asesinato" me espera tan suave como siempre, y al apagar la luz digo "mmm" como todas las noches. Por fin... la oscuridad, el silencio, descansar...
Me doy un par de vueltas en la cama, disfrutando de esos momentos de antes de dormir. Como siempre. Se me van cerrando los ojos y me voy relajando, hasta que ya no puedo volver a abrirlos. Como siempre.
Pero entonces, cuando los párpados me pesan demasiado y mi mente está entre el sueño y la vigilia, todo cambia. Siento calor, y siento frío... Y hay algo más. Algo que me toca, que me da escalofríos.
Lo siento en la espalda. Al principio parece que sólo me acaricia, es suave y calmado, me relaja... Pero luego empieza a tocarme de otra forma. Me rodea por los lados y se va haciendo más intenso. Lo siento como si me agarraran de la cintura, para estarme más quieta y así tocarme mejor. Me acaricia y me hace cosquillas, pero no de esas cosquillas que dan risa incontenible y hacen que patalees, no... de las que hacen que la piel arda y tiemble la mente.
Me pone nerviosa.
Estoy nerviosa, y un poco tensa... Pero no quiero que pare. Me gusta. Quiero que siga.
Y sigue. Claro que sigue, porque en realidad es todo mi imaginación... y mis ganas de que no sea sólo mi imaginación.
Y sigue, y me acaricia la barriga, y yo me erizo, y se me arquea la espalda. Noto chispas eléctricas donde me toca. Como en los días húmedos, cuando rozas a alguien y te da una pequeña descarga.
Quiero que siga. Que me acaricie las piernas.
Y sigue, y baja por mis piernas, y sube hasta mi pecho. Toca mis pezones y siento esa mezcla de frío con fuego que los endurece... y mi respiración cambia.
Es como un halo de aire caliente, de un color extraño, y cuando me toca le salen dedos y se extiende como si fuera un líquido, que brota del aire y se derrama al tocarme.
Me toca los muslos y tiemblo. Sube a mi cabeza, me toca el pelo, el cuello y las orejas. Y allí me dice algo... pero no sé qué. Nunca sé qué dice. Pero sentirlo en la oreja me hace temblar.
A la vez, me acaricia las piernas, y las toca por dentro, y todo empieza a ponerse borroso cuando avanza, y ya no son caricias. Ya es otra cosa. Es algo que me hace sudar de noche aunque haga frío, que a veces me roba un gemido, que respira en mi oído y tiembla comigo. Tiembla conmigo porque soy yo, porque es mi imaginación. Y cuando siento lo que siento... tiembla mi mente y todo lo que hace. Y todo se queda temblando en el aire si el halo escala por mis piernas, o si me toca un pezón con hambre.
Empiezo a perderme, y me envuelve, y yo le dejo que me recorra.
De repente me toca más, me busca más, y yo lo siento más. Mucho más. Sube entre mis muslos, despacio, asegurándose de que lo noto... hasta que consigue que no sienta nada más que eso. Ni la ropa, ni las sábanas, ni la cama, ni el tacto de la pared al apoyar la mano. Sólo siento eso, ese calor que juega conmigo y en mí, ese tacto que no existe, pero que me agita como un cascabel. Aunque no esté. Aunque yo no pueda tocarlo.
Pero si echo la cabeza para atrás, se hunde y me toca por dentro... Y aunque yo sé que no es real cuando despierto, me hace sudar cuando estoy dormida. Si no lo pienso, si me dejo llevar, si le dejo hacer... Vuelo.

domingo, 26 de octubre de 2008

¿Qué has hecho hoy?

¿Hoy? Hoy he llorado un poquito más que ayer...

sábado, 15 de marzo de 2008

Gallows Hill

“ ‘Louis, it’s… it’s absinthe! Too much absinthe!’ he gasped. ‘She’s poisoned them with it. She’s poisoned me. Louis…’ […] ‘Stay back!’ she said again. And now she slid off the couch and approached him, peering down into his face as he had peered at the child. ‘Absinthe, Father,’ she said, ‘and laudanum!’ ”
Anne Rice


Se levantó desnuda de la cama, cruzó la habitación y se cubrió con una manta de color pardo que parecía haber aparecido allí sólo para ella. Cada paso descalzo causaba un eco en su cabeza que se confundía con su lento latir.
Se sentó en un rincón, apoyada contra la pared, e intentó recordar qué había pasado hasta entonces. Por la ventana vio las calles guardando silencio de madrugada, sólo roto por unos pasos que sonaban dispersos en la habitación. En su cabeza sonaba Avondale, y los espasmos de su cuerpo extraño hacían parecer que estuviera bailando. Sufría espasmos a la misma hora desde hacía meses, desde que empezó a dormir en esa habitación.
El sol empezó a brotar entre las rendijas de la persiana de madera, atigrando su cuerpo, ahora tendido en el suelo. Con cada espasmo una imagen, una caricia, un recuerdo involuntario.

Bum, un cuerpo la abrazaba.
Bum, unas manos recorrían toda su espalda, sigilosas como una araña.
Bum, arañas pasaban por su cintura.
Bum, su cuerpo se arqueaba.
Bum, unos labios rozaban su oreja.
Bum, Avondale.
Bum, Avondale.
Bum, arañas en su pecho.
Bum, sudaba.
Bum, toc.
Bum, hah.
Bum, toc.
Toc.
Toc-toc.
Abrió los ojos. Los espasmos se habían ido, y Avondale, y el cuerpo.
Toc-toc.
Miró hacia la puerta. La sombra de alguien se colaba por debajo. Se levantó y fue a abrir, pero se detuvo. Vio que la sombra cambiaba, y vio aparecer un papel por debajo de la puerta. Después… después la sombra se marchó.
Cogió el papel y sintió un escalofrío. Respiró profundamente y se alarmó; había reconocido algo. Olió el papel y cerró los ojos. Cayó sobre la cama mientras inspiraba profundamente. Era un olor familiar, algo que conocía pero que no acertaba a recordar. Abrió los ojos, desdobló el papel tres veces y vio algo escrito.
Sistrum.
Sus ojos se congelaron. Su corazón se paró. Entonces lo recordó. Soltó el papel. Se tocó el cuello, el hombro, la nuca. Notó entonces algo extraño, como una cicatriz. Se miró en el espejo y la vio... la flor de lis.

miércoles, 2 de enero de 2008

III

Todo estaba tan oscuro como las calles que nadie visita, esas donde sólo llega la niebla. Adaptados a los resquicios del muro estaban Ella y su piano. No había viento, pero su pelo se movía provocándole escalofríos. De repente sintió algo punzante en la rodilla, un dolor abrasador que sólo podía significar una cosa: estaba llorando.
Recordó entonces que no estaba en Viena, que no había nieve y que todo había sido un sueño, como el calor del cuerpo que la abrazaba. Seguía sola con su piano, la absenta, el azúcar y el láudano. Y perdida en un rincón de sus pensamientos, escondiéndose de otros, virtió una onza de absenta, colocó el terrón en la cuchara que Él le había escondido en la almohada, y agregó tres gotas de láudano al terrón antes de derretirlo con sus lágrimas, que se volvían de un color oscuro al contacto con la droga líquida.
Cuando se hizo louché 3:1, procedió como de costumbre: mojó un dedo en la copa y dejó caer la primera gota en su labio inferior, la segunda en su cuello, y finalmente, probó "Absynthe au Violet". Amarga, como de costumbre, pues cuando se hace con lágrimas en vez de con agua fría no puede estar de otra manera, la tomó en pequeños sorbos, mal, como no debe hacerse, como lo había hecho todo siempre.
Cerró los ojos y recorrió sus pensamientos, esta vez con un escudo hecho de láudano y alucinógeno verdoso, y volvió a ver cómo hacía mucho tiempo desterró a la felicidad de su vida, para luego pasarse el resto de su existencia en una perpetua expedición para recuperarla, visitando paraísos e infiernos en los que no cabían todos sus errores.
Después de recordarse a sí misma dónde estaba y por qué, desprendió una lágrima gris que vino seguida de otra más, y ésta de otra, y así brotaron y cayeron al suelo, sonando como piedras que caen sobre una caja hueca. Ya tenía diapasón.
Apretó los dientes, se puso de pie sin saberlo y se sentó al piano, temerosa, como si no lo hubiera tocado nunca. Su dedo índice robó un Mi, y los demás se atrevieron a seguir. Ella cerró sus ojos y dejó que sus manos le hicieran olvidar.
Y tocó, tocó todo el día, y luego toda la noche, paseando por su interior levitando sobre un acorde de dolor. Tocó hasta que no hizo falta tocar más, hasta que su música gris paseaba a placer por todo su cuerpo... Ese cuerpo inconsciente que yacía ahora en el asfalto, bajo la lluvia.